roja como la sangre,
como los labios que se rompen en el silencio,
un silencio de entrañas vacías.
Y era hermosa,
como todas las de su especie pero a la vez más que ninguna,
incorrompible, como un rubí recién pulido.
Roja... hasta que poco a poco la naturaleza fue cediendo al paso del tiempo y,
marchita, sus perlas cayeron una a una como blancos copos en una noche de invierno.
La belleza perdida, ya agotada, dejó paso a los recuerdos de lejanas épocas de esplendor.
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Este es un pequeño poema que acabo de terminar hace escasos minutos y subo a riesgo de no estar pulido del todo, inspirado en una flor regalada por alguien que conservo en mi habitación.